El Museo San Francisco se prepara para inaugurar, durante los primeros días de septiembre*, una exposición temporal bautizada “El ímpetu del ruego: Cruces y Crucifijos de la Colección San Francisco”, que busca explorar la iconografía y el imaginario cristiano en torno al calvario de Cristo y cómo diversos objetos de la colección se transforman en catalizadores de la devoción cristiana. Esta muestra propone una lectura que se desplaza desde la rogativa colectiva -que comparten los fieles a los pies de las imágenes de la cruz- hasta la búsqueda solitaria del consuelo con aquellos objetos de uso personal, que funcionan a modo de extensión del abrazo cristiano. La exposición arranca con un repaso de los objetos sagrados y presentan los dogmas más antiguos del cristianismo: el culto a la cruz y las reliquias, mediado por la teología de San Juan Damasceno, doctor de la Iglesia. Esta sección incluye tres relicarios, de diferentes épocas y ámbitos, que incluyen fragmentos del Lignum Crucis.
En segundo lugar, encontramos los crucifijos de mediano y gran formato, que pertenecieron a altares de iglesias o capillas. Estas piezas nos remiten a la eucaristía y otras celebraciones del ámbito público, en las que la experiencia compartida de la devoción converge a los pies de estas imágenes que rondan la escala natural. De esta sección sobresale el Cristo Chilote -obra destacada del mes de agosto-, el Cristo crucificado de la Sala San Pedro y el Cristo en Agonía del antiguo Convento Franciscano de San Fernando. Dos crucifijos pintados y dos cruces de celda cierran este grupo de imágenes al introducir la migración de estas esculturas de bulto hacia el formato de la pintura de trampantojo.
La parte tercera se enfoca en la relación entre el Crucifijo y sociedad. La selección de estas piezas busca relevar la relación de estos objetos con la vida privada del devoto; son objetos de mediano y pequeño formato que pertenecieron a altares domésticos u oratorios privados, la diversidad de técnicas, modelos y épocas, permitirá distinguir los provenientes de circuitos de imaginería virreinal de aquellos fabricados en los ámbitos populares chilenos. Sobresalen en esta parte los crucifijos quiteños, como el que perteneció a Bernardo O’Higgins, y las tallas locales de finales del siglo XVIII y XIX. Como antesala al último núcleo temático se exploran las iconografías de dos retratos ya existentes en la Sala Capitular y que representan a Santa Catalina de Siena y Santa Isabel de Hungría, cuyos crucifijos místicos forman parte de sus leyendas áureas.
Para finalizar, la muestra enfoca su atención en los objetos de piedad religiosa de pequeño formato, exclusivamente en aquellos de carácter portátil que revelan el abrazo solitario y personal. La reflexión se vuelca a entender cómo estas piezas cumplen un rol fundamental en la cotidianeidad cristiana y median la forma de los calvarios y súplicas individuales, explorando el valor del recuerdo y la memoria física del objeto. Un crucifijo de misionero, medallas con la iconografía del calvario y distintas cruces pequeñas cierran esta vitrina final. A modo de epílogo se dedica un aparador a la poetisa Gabriela Mistral, de cuyo poema Nocturno del descendimiento se extrae el título de esta exposición. Junto con uno de los crucifijos que lega a la Orden Franciscana, se expone una copia de Tala de Editorial Losada y una talla en piedra de Huamanga con la misma iconografía que alude el poema.